El análisis textural es una tarea importante y con frecuencia difícil, en el estudio de menas metálicas. Importante, porque puede proporcionar claves muy valiosas, tanto para la correcta exploración e interpretación de un yacimiento o indicio como para el diseño del proceso de beneficio industrial o incluso para desistir de éste en una fase temprana, si el análisis textural revela dificultades insuperables. Difícil, porque las menas pueden mostrar texturas muy variadas, complejas y, con frecuencia, de interpretación ambigua o al menos discutible.
En principio pueden aplicarse también a las menas metálicas los criterios y terminología texturales empleados en petrografía, es decir los usados para la descripción y clasificación de rocas comunes, pues al fin y al cabo una mena es una roca de interés económico. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos particularidades importantes. La primera es la facilidad con que las menas metálicas recristalizan para adaptarse a cualquier cambio en las condiciones físico-químicas de su entorno; esto significa que, a diferencia de las rocas comunes, las texturas de las menas con frecuencia evolucionan significativamente después de su deposición, por lo que las texturas primarias pueden quedar reducidas a escasos vestigios (relictos, fantasmas) o incluso ser totalmente irreconocibles: en definitiva, las menas son más difíciles de interpretar porque sus texturas se modifican con facilidad. La segunda es que, si bien las menas son rocas, su formación obedece a procesos muy específicos, relacionados con la tipología de cada yacimiento. De ahí que las claves de interpretación de las texturas halladas en yacimientos minerales remitan frecuentemente a procesos que en Petrología suelen recibir poca atención, como el transporte y relleno hidrotermales, la meteorización o el metasomatismo. La singularidad de estos procesos obliga a la introducción de algunos criterios específicos, de los que se ha derivado una terminología frondosa y no siempre racional.
En este texto se ha optado por la sobriedad y se tratará de aplicar criterios sencillos y claros, reduciendo en lo posible el recurso a términos superfluos, si bien el uso extendido de algunos de ellos obliga, al menos, a mencionarlos. Dos ejemplos de la literatura ilustran esta opción:
- En su obra fundamental, Ramdohr (1980) declara, tras haberse extendido en más de 200 páginas sobre intercrecimientos y texturas, que la “voluminosa sección dedicada a intercrecimientos de menas dista de estar completa, y seguiría incompleta incluso tras una muy sustancial expansión”, para concluir que cuanto más estudia las texturas de menas, más escéptico se vuelve acerca de lo que de ellas se dice en la literatura (the more one studies ore textures, the more sceptical one becomes of statements concerning them in the literature, p. 82). Casi medio siglo más tarde, Craig (2001) concluye que hoy alcanzamos a entender sólo algunas de las incontables texturas de menas (ore-mineral textures are of nearly endless varieties; each one presents a tale, but only some are decipherable, at least for the present, p. 938). Una conclusión que invita a un humilde realismo.
- Por otra parte, extremando la sencillez en el ámbito de la petrología, Best (1982) sintetiza hasta el punto de reducir a cinco tipos fundamentales el conjunto de texturas representativas ígneas, sedimentarias y metamórficas, a saber: texturas secuencial, vítrea, clástica, deformada y cristaloblástica (es interesante notar el carácter descriptivo de esta clasificación: así por ejemplo la textura secuencial es posible en rocas ígneas y sedimentarias).
La opción seguida aquí se inspira en la sencillez del modelo de Best, sin renunciar al análisis e interpretación de tipos específicos, pero teniendo muy en cuenta la citada advertencia de Ramdohr acerca de las afirmaciones prematuras.
Como punto de partida realista para el análisis textural conviene considerar en primer lugar la escala. La sección pulida que se estudia al microscopio constituye sólo una pequeña parte –y no siempre la más representativa- del yacimiento mineral. Para una interpretación correcta, la textura microscópica debe relacionarse con la información observada a otras escalas: mesoscópica (muestra de mano, afloramiento) y megascópica (yacimiento). Es el conjunto el que proporciona el marco de descripción e interpretación adecuado, pero las observaciones microscópicas pueden proporcionar claves decisivas.
Desde el punto de vista conceptual, conviene precisar términos cuyo uso indiscriminado genera no poca confusión. Las menas, como rocas que son, se presentan en agregados minerales, cuya morfología y relaciones geométricas suelen describirse en el marco general de la textura. Sin embargo, los granos constitutivos de dichos agregados también poseen, individualmente, propiedades morfológicas y estructura interna. Una primera precisión importante permite distinguir entre textura (referida a agregados) y estructura (referida a granos individuales).
Estructura es, en el sentido de este texto, la ordenación en el espacio de los elementos constitutivos de un grano mineral, comprendiendo tanto la morfología externa (forma cristalina) como la estructuración interna del grano (por ejemplo, zonado de crecimiento, maclas, planos de exfoliación…): todas ellas son propiedades espaciales que se pueden definir independientemente de los granos del entorno. También se debe considerar, en este apartado, la posible ausencia de toda estructura observable al microscopio, es decir, la ordenación espacial indefinible o aleatoria de los elementos constituyentes del material. Ésta, en sentido estricto (estado amorfo o carencia de estructura cristalina definida: ordenación de las moléculas al azar, como en un líquido), es excepcional entre las especies minerales conocidas (p. ej., lechatelierite o silice vítrea, metaestibina, dimorfo de estibina). No obstante, en mayor o menor grado y a diferentes escalas de observación se produce en determinadas condiciones (vidrios volcánicos, depósitos coloidales subcristalinos, agregados masivos criptocristalinos), aunque hoy se cuestionan algunos minerales tenidos clásicamente por amorfos, como ópalo, jordisita, o los llamados sulfuros vítreos (Considerados como coloides de sulfuros amorfos endurecidos, según Ramdohr -1980-) . Puede ocurrir también, en un material cristalino, que los granos sean homogéneos a escala microscópica (sin estructura interna diferenciable) y carezcan de formas cristalinas visibles: en este caso se hablará de estructura no observable, aunque se sepa que se trata de un material cristalino y, por tanto, estructurado. La observación precisa de la estructura proporciona criterios a veces muy importantes para la identificación mineral.
La textura, en cambio, se define por la disposición y propiedades geométricas relativas de unos granos minerales con respecto a otros. Es decir, no puede definirse para cada grano independientemente, sino en referencia a su entorno; por tanto, es una propiedad que se aplica al conjunto de la roca o, al menos, a los agregados minerales (entre ellos, los intercrecimientos tan comunes en las menas metálicas), no a granos aislados. Se entiende por disposición la ordenación espacial de unos granos con respecto a otros: así se habla de texturas orientadas o bien isótropas (masivas), bandeadas o bien homogéneas, fibrosas, gráficas, etc. Las propiedades geométricas comprenden criterios como: tamaños relativos de los granos, mayor o menor desarrollo de la cristalización y/o de los contornos cristalinos en los contactos entre granos, las modificaciones morfológicas debidas a la historia geológica de la roca (fragmentación, recristalización, alteraciones…). Así se habla de texturas granudas, porfídicas, microcristalinas, clásticas, residuales, etc. El término textura, como aquí se emplea, equivale a la acepción más general del inglés fabric, pero estrictamente fabric (traducción del alemán Gefüge, de Sander) se refiere en petrología metamórfica y en geología estructural a la orientación relativa de los componentes de una roca (Fettes & Desmons, 2007). Para evitar confusiones, en este texto se empleará el término textura únicamente. Y se usará en el sentido que se acaba de exponer y en ningún otro, aunque hay otras acepciones posibles, como la muy amplia de Barton (1991), definiendo la textura como “las relaciones espaciales dentro y entre minerales y fluidos, sea cual sea la escala y el origen” (the spatial relations within and among minerals and fluids, regardless of scale or origin).
Las figuras F 4.1 y F 4.2 ilustran, por comparación directa de dos imágenes del mismo campo con y sin analizador, la diferencia entre textura de un agregado de silicatos y magnetita (F 4.1) y estructura interna de los granos de magnetita (F 4.2). Sirven también para ilustrar la ambigüedad a veces inevitable al aplicar estos criterios a casos reales, en los que pueden coexistir varias fases intercrecidas en el mismo grano (F 4.2), en cuyo caso cabría, in extremis, describir su estructura interna como la de un agregado. Así, según Schwartz (1951), F 4.1 correspondería a una textura triangular, laminar o de Widmanstätten. Sin embargo, resulta más coherente y acorde con el uso más aceptado (Schneiderhöhn, 1952, Ramdohr, 1980), mantener el criterio definido: en este texto estructura se refiere a geometría interna o morfología de un grano (aunque sea poliminerálico) y textura, a las propiedades geométricas de un agregado de diferentes granos minerales.
Desde el punto de vista de la clasificación técnica o geometalúrgica de texturas, debe advertirse que pueden existir intercrecimientos no sólo en agregados (lo más típico), sino también en el interior de un grano (grano bi- o poliminerálico, es decir, mixto). Y éstos merecen una atención específica, pues el caso de estudio más frecuente para el control de procesos de planta es el de productos de molienda, en los cuales las texturas habrán de definirse a partir de la observación de granos (molidos).